lunes, 31 de agosto de 2015

Desesperación Horaria

Domingo 06 de Enero de 1955

V.R.C.
El tiempo nos empuja y desespera. Hay un secreto impulso, un temor a quedar atrás, un afán de hacer lo más en un tiempo determinado. Esto crea una psicología especial, que contrasta, choca estrepitosamente, con los acompasados caracteres productos de la modorra, la comodidad y el desaliento.

Es verdad que hay muchos que alimentan el afán de celeridad, para luego perder el tiempo miserablemente. Esto ocurre,  en ciertos viajeros, que devoran distancias en forma casi supersónica, para luego aburrirse en un pueblo,  en donde se golpean la cabeza en las cuatro paredes de un hotel. ¿No sería mejor tomar el camino más lento o largo, para beber más luz e inundar la retina con paisajes? Nietzsche tuvo razón al apoyar las sendas prolongadas.

Vivir perseguido por las horas; acudir presuroso al llamamiento del reloj control; experimentar la “tantalizadora” presencia de los itinerarios; la exigencia horaria de las comidas en los hoteles y restaurantes; la cita vital y lo peor de todo, el calendario prestablecido, con horas fijas para el Sol y la Luna. ¿Acaso no es todo una tiranía insoportable? Pero, la aceptamos, empujados por la necesidad impuesta por un sistema de vida.

Esta desesperación horaria la vivimos hasta en los Estadios. En el último partido que definió el campeonato de futbol profesional, pudimos apreciar como el pasar de los minutos pone en trance a los aficionados. Entre el griterío histérico, un muchacho anuncia el tiempo que resta por jugar:

-¡Quedan diez minutos!

Y al pronunciar la frase mira el reloj, agitando los brazos en el aire y sembrando el nerviosismo en los espectadores que le rodean.

-¿Quedan cinco minutos!

-¿Por favor, quédate callado! –le dicen.

-¿Ya niños, quedan tres minutos! –prosigue el muchacho.

Y así sigue pasando el tiempo, lleno de ansiedad, poniendo el ánimo en tensión, más bien, en estado de “pathos” deportivo. En el fondo es el tiempo que huasquea el entusiasmo del “hincha”, fácil presa de una circunstancia mortificante que él mismo ha buscado. ¿Es un gozo? No. Sencillamente, el sufrimiento del latigazo horario sale a la superficie en el  griterío y el  recuerdo de los minutos finales del partido.

Después de tanta tensión, al apurar los minutos, se llega al final para caer en un sopor, en una calma derretida como cera al calor del horno de las satisfacciones o los fracasos.

Magnífica invención es aquella del suizo Dolfell, de un reloj sin marcas de minutos y horas en su esfera. Sólo tiene tres signos para indicar el Amanecer, Mediodía y la Medianoche. ¿Para qué más? Es un reloj para calmar a los nerviosos y escapar, en parte de la desesperación horaria. Vamos así que, aunque el hombre se ingenie, jamás podrá liberarse enteramente del látigo de Cronos.

Recopilación por: Alejandro Glade R.


sábado, 29 de agosto de 2015

Con Permiso de Hipócrates.



V.R.C.
Hay que tener hoy una fortuna para estudiar medicina. Ya pasaron los tiempos en que con sacrificios mil, un estudiante lograba recibirse de galeno, aunque sus padres fueran pobres. La posibilidad existía. En la actualidad, la escasez de médicos hace pensar en esta fortuna que se debe poseer para realizar los largos estudios que no dejan tiempo para ganarse la vida, mientras se está con los libros y los trabajos prácticos.

¿Acaso la vocación médica no existe también en la juventud de escasos recursos?

Hace treinta años un cuarto con pensión, en un “piuchen” para estudiantes, valía 120 pesos mensuales. La vestimenta podía comprarse sin mucho desembolso. Hoy una pensión cualquiera está por las nubes y la ropa más allá de la estratosfera. Sólo los padres con recursos pueden suministrar al estudiante, durante siete años de estudios universitarios, la tranquilidad económica necesaria.

Es una lástima que jóvenes con capacidad y vocación, pero pobres, tengan que renunciar por fuerza al noble estudio de la medicina. El país necesita médicos. Ahora, por ejemplo, en esta época del año, cuando los facultativos de diversos servicios salen de vacaciones, se siente la falta de ellos para los reemplazos. Aún más, ¿Cuántas zonas de Chile están huérfanas de estos profesionales? Fuera del escaso número de ellos para determinados grupos de población, está la inexistencia absoluta de médicos en regiones apartadas pero importantes.

 En cuanto a dentistas podemos decir lo mismo, pues  se ha dado que en la región norte la escasez de odontólogos es grave. Un escolar tiene que esperar hasta ocho meses para que pueda ser revisada su dentadura por segunda vez, lo que es dramático a causa de la rapidez con que los dientes de los niños se echan a perder.

El problema del estudiante pobre ante las profesiones caras, se asocia a la despreocupación moderna de la vocación, factor vital para el buen éxito de los estudios. La beca en una Fundación sería la solución del problema, en parte, pero la Fundación misma de esta clase sería otra dificultad enorme, porque no se trata de atender a media docena de estudiantes, sino abarcar las vocaciones y las capacidades que surgen año tras año en diversas partes de la República. Los profesionales de la medicina no deben salir solamente de los núcleos acomodados.

Con una Fundación de esta naturaleza, que podría tener un pensionado barato y ropa sin etiquetas llamativas, es decir, casa, comida y vestimenta sin grandes gastos, podría conseguirse que los estudiantes sin recursos estudiaran los largos años que exige la profesión de médico, y luego, por haber estado en esta Fundación, se trasladarán ya egresados a pueblos apartados de provincias, para ejercer allí su misión, que es indispensable para la colectividad. Es anticuado e inhumano pensar que solamente las grandes ciudades son viveros de enfermos…

Para vivir alejado de los grandes centros de población, que cada día ofrecen múltiples atracciones, un médico debe poseer verdadera vocación. ¿No es éste un requisito impuesto por Hopócrates? ¡Ay!, cómo nos duele el páncreas cuando abordamos el tema.


Recopilación por: Alejandro Glade R.



jueves, 27 de agosto de 2015

Charleston




HA VUELTO EL CHARLESTON, baile que al comienzo de la década del veinte, hizo furor en nuestro país. Vino, por supuesto, del extranjero y encontró fácil acomodo entre la juventud de aquel tiempo. La “flapper” de post guerra, con su pollera corta, sus medias claras y su ademán suelto, lo bailaba a las mil maravillas. Pero el tiempo se ha encargado de suavizarlo un poco, no en el ritmo, sino en las figuras que se hacen con las piernas. Hemos visto bailar el Charleston de ahora y nos resulta un tanto monótono en los movimientos de los  bailarines. Por supuesto que hay algunos que ponen mayor agilidad, pero  son tildados de “excéntricos”.

Pero lo más interesante es la reacción que se opera en el hombre maduro de hoy que bailó el Charleston hace treinta años, cuando en las orquestas se utilizaba el banjo. Se bailaba en ese tiempo al compás de conjuntos musicales, orquestas de jazz, y no como ahora con radio o electrolas. La falta de agilidad de los bailarines maduros de ahora tiene su disculpa en la fuente musical. Algunos dicen:
-Con orquesta se podía bailar muy bien.

Sin embargo olvidan que son sus articulaciones las que no están bien  para mover las piernas en el vértigo del baile: El Charleston exige energía muscular y no una  orquesta. Con el progreso de la electrónica, un disco fonográfico se puede utilizar a la perfección. Empero, la artritis o la falta de elasticidad o tonicidad de los  músculos solamente necesita un tratamiento médico.

Hemos visto a uno de  estos caballeros maduros bailar Charleston, a su manera. Apenas  ha alcanzado a terminar el baile y se ha sentado con el corazón enloquecido, resoplando y con pocos deseos  de seguir en la jarana. Culpa de todo al ambiente, al calor, a la música, pero olvida que han transcurrido tres décadas desde aquellos días en que brincaba y hacía figuras en los salones. Y se tiene que contentar, en seguida, con un vals lento o un foxtrot adormilado.

El Charleston volvió para la juventud. Cuando apareció por primera vez los maduros de aquel tiempo tuvieron que verlo bailar y nada más, igual como hoy lo hacen los entrados en años. Aunque recuerden sonrientes que también fueron terribles para el baile estrepitoso. Cada cosa con su tiempo.

Recopilación por: Alejandro Glade R.


El Gigantón


V.R.C.
Era un gigantón con espalda ancha y hombros macizos, que llamaba la atención. Tranqueaba con unos zapatos de suela gruesa, con gomas y toperoles.

Llegó a la playa con aire de veraneante conquistador, mirando mucho por aquí y por allá. Trataba de dar a comprender que era foráneo.

Entretanto las olas golpeaban en la playa y se deshacían, como dicen los poetas cursis, “en sonrisas de espuma”. Hombres, mujeres y chiquillos reían, gritaban y hacían cabriolas junto al agua. Y el gigantón, después de unos paseos, se fue hacia unas peñas en el extremo de la playa y allí se sentó, ocultándose poco a poco del público. Todos creíamos que se había ido, pero alguien advirtió momentos después que el gigantón estaba en el agua, sumido hasta el cuello.

Nadie lo había visto meterse al agua. ¿Por qué había sido tan misterioso en su actitud? La razón era sencilla: habíase sacado la ropa detrás de las peñas, para evitar, primero, el escándalo de la falta de casuchas, y segundo, para no lucir su cuerpo escuálido, que contrastaba fuertemente con la figura que presentaba vestido, -esa figura de grandes hombreras y rellenos de esterilla.

El Tarzán de paquetería estaba consciente de su impostura. Por eso no quería mostrarse a los demás como era en realidad. La magia del sastre lo había transformado, pero en la playa, al meterse al agua, hasta el más humilde pez tenía más garbo que éste veraneante acartonado.

Los trajes con grandes rellenos en los hombros y las mangas hacen ver a ciertas personas como gigantones cultistas de Sandow. Pero una vez desprovistos de la caparazón sartorial quedan como émulos del alcalde de Cork o faquires después de un ayuno milenario. Es fácil observar la actitud de estos impostores de la anatomía, que bailan en las terrazas veraniegas, dando pauta de mal gusto con sus pasos amanerados, las caras hieráticas  y el aire inconfundible del “filórico”.

El sastre que contribuye con su magia a fomentar el número de esta clase de individuos, no tiene la culpa. A él le piden hombreras y rellenos, y simplemente obedece. Si le piden doscientas presillas para los pantalones, también satisface al cliente: porque es una regla de buen sentido comercial, aunque no siempre salva la estética.

Algunos trajes de hombres parecen armaduras o escafandras, que albergan en su interior a flacuchos caballeros, que pasean orgullosos su arquitectura muscular artificial. Pero llegado el momento de la prueba, el gigantón queda reducido a cero. En esta época de impostura, le falta su traje abultado que es la razón de su vida.



Recopilación por:  Alejandro Glade Reyes.



domingo, 23 de agosto de 2015

El Caballero de la Luna

V.R.C.


La exhibición de comestibles envasados y sueltos era tentadora. Entró al comercio un cincuentón y se detuvo ante las delicias del paladar. La muchacha que atendía esa parte del mostrador tenía un gesto displicente en contraste con la otra hija de Eva que recibía el dinero en la jaula barnizada en un costado de la puerta principal. La muchacha vendedora preguntó con sequedad:

_ ¿Qué se le ofrece?
_Un pan negro y un poco de jamón.

Hubo unos trajines. La vendedora primero trajo un pan delgaducho que luego cambió por otro más gordo y tostado a requerimiento del comprador, que en esos momentos se acercó a la vitrina que exhibía un tiesto transparente lleno de ajís verdes.



_ ¿Cuánto valen esos, señorita?
_Tres pesos.
_ ¿La docena?
_Cada uno.
_Caracolillos.
_Parece que usted ha caído de la Luna.
_ ¿Qué?

Al pronunciar éste "Qué", el comprador reveló en su rostro la más grande de las sorpresas. Y sin perder tiempo acometió con la frase:

_Señorita, yo he preguntado si vale la docena tres pesos.
_Y yo le he dicho, señor, que si usted ha caído de la Luna _ remachó la vendedora.

El duelo estaba concertado. No había duda alguna de que el lance ya estaba en los primeros finteos, pero con estocadas a fondo. ¿Qué habría dicho Cabriñana? Aunque el viejo Marqués  siempre asoma su cabeza en el recuerdo, nada sucede a raíz de estos estados de ánimo que ya son tan comunes en la ciudad que aplana a la mayoría de los habitantes. Con un mostrador como "tierra de nadie" para el lance, nunca podrán existir disposiciones clásicas. Además, entre un hombre y una mujer no era posible un duelo con armas, porque ya pasaron los tiempos fantásticos de una Princesa folletinesca. Empero, los duelos psicológicos se libran a diario y por cientos en los comercios de la capital. Otro diría "duelos económicos".

Pero vamos al comprador. Este salió con el pan y el jamón, pero sin los ajís.

El dueño del comercio se acercó a la vendedora y con tono áspero y mercantil le hizo advertencias para que no se repitieran escenas como la observada.

_ ¿Dejaría usted que le tomaran el pelo por culpa de otro?_ protestó la vendedora.
_Aquí no se trata de pelo, sino de ajís que ese caballero deseaba comprar y que no compró.
_ ¿Y por qué no los baja de precio, entonces?
_Mire, señorita, queda usted despedida... Pase a la caja para que le paguen.

La vendedora palideció y se mordió los labios. Recibió su pago, pero antes de salir desprendió violentamente el cartel del Comisariato que decía: "El dueño puede rebajar los precios a voluntad". Y lo único que se escapó de sus labios, fué:

_ ¡Los ajís! ¿Gracias caballero desconocido que caíste de la Luna...!


Recopilación escrita por: Alejandro Glade R.






Mundo filatélico.


Sellos con próceres de Chile


La magia geográfica de las tierras lejanas y de los hombres exóticos está en los sellos. Cada uno de esos papelitos engomados de colores diferentes, nos ofrece un trozo de historia antigua o moderna.

Estampilla Sello Pala Salitre 1536-1936



Las estampillas de nuestro país figuran en los catálogos, presentando su “exotismo”  a los coleccionistas de otros países, como un intercambio constante de cultura. Tenemos en ellas la historia del salitre, del cobre y de nuestros próceres. 


Nacionalización del cobre 1971










Y así como nosotros, los países de otras latitudes ponen en sus sellos de correo lo más representativo de la patria, dando a la filatelia una importancia educativa de primer orden para chicos y grandes.

Catálogo Harry Konwiser 1939
 Catálogo  N. Sanabria 1940









Con la aparición de la aviación en el mundo, las emisiones de sellos se hicieron numerosas y prueba de ello es el Catálogo especial del Correo Aéreo, Nicolás Sanabria y Harry Konwiser. En un mundo atrayente aquellos que no son filatélicos hablan de “chifladura” y de “tontería”, y para recalcar en las conversaciones la inutilidad de un hombre, suelen decir que es coleccionista de sellos, pero este error mayúsculo tiende a desaparecer. En buena hora llega este convencimiento, porque es mejor coleccionar sellos que horas vacías.

Un filatélico de verdad es observador. Examina sus estampillas y se satura de conocimientos, fechas y hechos surgen de su colección., que ama como a la niña de sus ojos. Y tiene razón, porque vive simultáneamente en la Plaza de Bolívar y en la Catedral de Bogotá;  pasa en avión sobre la Gran Muralla de China y se enfanga hasta las rodillas en los arrozales, el cóndor de los Andes lo tiene presente y conoce a los Mandatarios de Chile; se empapa la vista con el río Nieman, de lituana cuna, conversa con Anita Garibaldi y se pasea por el Coliseo romano; la estampa del gran Leonardo da Vinci la tiene junto a la estatua de Ferruci, y así tantas cosas de Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia y otras naciones.




Centenario de la muerte de Edgar-Allan-Poe-1949

El 7 del presente apareció una emisión de estampillas de Estados Unidos en conmemoración del centenario de la muerte de Edgar Allan Poe, el poeta y escritor que nació en Boston, pero salió de la obscuridad en Baltimore. Estas emisiones se hacen en diversos países por diferentes motivos; algunos esperan, como en Chile, que se afloje el férreo dictamen de la ley, que prohíbe efigies filatélicas de personas que están vivas. Gabriela Mistral y Dagoberto Godoy, como ejemplos.


Ser un coleccionista de sellos es tener un “hobby” de verdad, que sugestiona, atenaza en forma constructiva, pues una colección es fuente de conocimientos y también una increíble reserva económica, cuando se hace con cuidado y variedad. El valor de una colección de sellos, puede ser internacional.




La iniciativa del Centro Filatélico de Santiago que cumple un año de vida, es inmejorable en aquello de realizar una exhibición filatélica para los principiantes. Al comienzo parece una  cosa baladí, pero luego las páginas de la colección se agrandan y toman el valor magnífico de la paciencia y de la cultura.

Recopilado y escrito por: Alejandro Glade R.





martes, 18 de agosto de 2015

El Payaso Azul

Por: Victoriano Reyes Covarrubias.

Fue en aquellos días en que la farándula era vocinglera, chispeante y audaz. Cada muchacho se preparaba con mucha anticipación para hacer reír con sus ocurrencias y sus piruetas. Y entre todos, recordamos a aquel condiscípulo del  Liceo de Valparaíso que murió con su cara enharinada de payaso y un sol riente estampado en su traje azul. ¿Por qué eligió ese día de primavera y de fiesta para  irse?

Al saber de su muerte, quedamos helados. No atinábamos a gritar ni a ponernos de nuevo traje de fantasía. Sabíamos que nos esperaban otras máscaras para seguir con los brincos y las risotadas en la calle. La noticia que llegó muy de mañana nos había transformado. ¿Para qué seguir en el bullicio?


La noche anterior, en la Plaza O’Higgins, cerrada con madera en  su total circunferencia, había danzado la alegría entre luces mil y al son de Las Libélulas. Nuestro compañero –que ahora estaba sosegado para siempre- gastó miles de bromas y se rió, burlándose de un cabezón de cartón-piedra, que se paseaba muy majestuoso con una dama antigua, que mostraba un lunar insolente sobre la comisura izquierda de sus labios.





-Tú debes andar con un D’Artagnan o con un payaso azul como yo-, repetía nuestro amigo a la dama antigua.

Y el cabezón de cartón-piedra, mudo, seguía del brazo de la dama.  Movía la cabeza enorme en señal de asentimiento y nada más. Su gesto era siempre el mismo. Y la cara de la dama, bajo el antifaz, se veía blanquísima, marmórea.

Al terminar el baile, las máscaras se dispersaron y salieron de la plaza por las diversas puertas. Y  quedamos varios amigos, entre ellos  el payaso azul. Comentamos las aventuras tenidas entre serpentinas y  valses, entre gritos y fox-trots. Y notamos en el rostro del payaso azul cierta tristeza, que él atribuyó al cansancio.

-Ese cabezón con la dama te ha dejado pensativo –le dijimos, interesándonos en su estado de ánimo.
-No… nada de eso – respondió-. Pero  estoy cansado… ¿La dama? ¿El hombre de la cabeza enorme? ¿Por qué aceptaba todas mis bromas? ¿Y ella?

En forma inequívoca le preocupaba el pensamiento de esta incidencia, bullendo en el fondo de su espíritu el porqué del mutismo y  del asentimiento. A pesar de todo, la pareja extraña había sido tolerante ante las pachotadas.

"EL PAYASO AZUL" 
pintura de Victoriano Reyes Covarrubias.
Colección: Sebastián Glade Escobedo.
En esta pintura Victoriano escribió...
"El gesto del clawn es la verdadera cara del hombre"

Y al saber la noticia del doloroso amanecer, al momento se nos vino a la memoria la tristeza de nuestro amigo al despedirse en la plaza. ¿Acaso se repitió en él la cita de Kuivishev, de la antigua leyenda rusa del boyardo y su criado? ¿Quién fue ese cabezón de cartón-piedra que se atravesó en su camino de alegría? ¿Y la dama de piel muy blanca?

Sólo sabemos que nuestro payaso azul se fue pintado, con la cara llena de albayalde. Y en cada Fiesta de Estudiantes lo recordamos, aunque la alegría ande a tropezones y los ánimos, con los años, adquieran filones de escepticismo.


Recopilado por: Alejandro Glade R. / Escrito por: Victoriano Reyes Covarrubias.



La tarjeta de visita

      
Ese caballero muy pintiparado repartía tarjetas de visita a destajo entre las personas que se habían detenido a contemplar el incidente callejero. Hasta el representante de la autoridad, que hacía las anotaciones de rigor, recibió una tarjeta. El afán de darse a conocer, para que todo el mundo supiera “con quien trataba”, era evidente. Posiblemente obedecía a un complejo o al deseo de ganar terreno, para resolver el incidente.

Esto de las tarjetas de visita nos llamó la atención. Es un vicio de identificación muy propio de nuestro ambiente. Hay personas que llevan docenas de ellas, para repartirlas en la primera ocasión y sin muchos rodeos. También es cierto que hay coleccionistas de tarjetas.

Y las hay de diversos tamaños. Las más pequeñas poseen una fama de poco honrosa desde hace mucho tiempo sobre todo en las mujeres pues hacen recordar ciertos aspectos de la vida alegre. Las más grandes son verdaderos kardex de actividades. Pero en la de tamaño corriente, se ven detalles inusitados. La identificación varía desde los  oficios más triviales hasta los más sesudos. Una de estas tarjetas que llegó a nuestras manos decía: “Fulano de Tal, ortopédico mental”. En verdad, llama la atención un título semejante, que está, sin duda, relacionado con cierta psiquiatría casera que no sabemos si se estudia por “hobby” o constituye simplemente un título humorístico. Hay personas que no tienen ninguna profesión y estampan su nombre y nada más. Pero hay otras que no se conforman con esta sencillez y añaden algo, aunque sea el anuncio modesto de que son “pensionistas de la Residencial  La Estrella”.

En un reciente manual aparecido en EE.UU. para los viajeros norteamericanos que vienen a la América del Sur, se aconseja que vengan premunidos de un arsenal de tarjetas de visita, porque los latinoamericanos  gustan mucho de ellas. En su país el hijo de Tío Sam está acostumbrado al uso de tarjetas entre los abogados, vendedores y diplomáticos, solamente. Y aún más, la tarjeta se entrega, pero es devuelta a su dueño. ¡Un ahorro admirable! Sólo se cambia cuando está muy usada. Aquí, entre nosotros, se reparten, y un ciento de ellas dará muy poco.

Esto de la identificación visible en todo momento se puede apreciar en las conversaciones. El latinoamericano tiene la costumbre de colocar el nombre de la persona en la solapa, en una placa de papel. Y esto se hace sobre todo con los extranjeros. Un chinito viajero decía que esto se hacía como una identificación imprescindible, porque todos “los gringos son iguales”. El manual en referencia no dice nada de esto, sino que aconseja el arsenal de tarjetas.

Y, dicho sea de paso, además de las tarjetas, el manual hace diferencias de los abrazos que se reciben en la América latina. Los clasifica en tres categorías, según la mayor o menor cordialidad y sinceridad. La corrección se impone, pues, tocante a Chile, podemos decir que aquí se da uno solo. El verdadero. El otro, el falso, tal vez sea el de menor frecuencia, porque se da con una sola mano y a distancia… a igual que una tarjeta de visita sin valor.



Recopilación por: Alejandro Glade R.

viernes, 14 de agosto de 2015

Veraneo


V.R.C.
Las personas que no pueden salir a veranear por múltiples motivos, quedan anclados como lanchones viejos en la bahía monótona de la gran ciudad. La falta de dinero, el permiso que no se consigue, el feriado legal que no coincide con la  época de calor, los compromisos que no sueltan,  es decir, si se logra el dinero hay que pagar primero las cuentas, y después, si sobra, entonces… Y si no sobra nada, quedar con el ánimo achicharrado, molido, mientras en sueños se escucha el romper de las olas en la playa.

Podemos ver por las calles a estos seres que llevan su infelicidad a cuestas. ¿No será un fenómeno psicológico, aunque salga humo de la espalda por los azotes del sol? El veraneo lo asociamos únicamente, por la palabra misma, con la estación estival y de allí el mareo de hierro que se impone ¿Por qué no usamos la palabra “vacaciones” para aliviar un poco la amargura. Las vacaciones pueden tomarse en cualquier época del año, aunque sea en invierno. Se dirá que esto constituye una  estupidez, pero es preciso salir del marco de hierro aunque algunos se disgusten.

Plaza de Iquique 1950
Nuestro país tiene zonas con climas diferentes. Cuando el invierno azota la zona central, el norte está magnífico. ¿Por qué no hacer un esfuerzo para dar vida a la zona norteña? Es claro que el transporte debe ser mejorado. Sin embargo, sabemos de un grupo de empleados  que piensa realizar el próximo invierno un viaje de vacaciones a Antofagasta, Iquique y Arica. Son empleados que no pueden salir ahora a gozar de “veraneo” por razones de trabajo y dinero, pero disfrutarán de “vacaciones” en el norte.


Las autoridades de turismo tienen en cuenta esto. Y hay propósitos bien fundados para mejorar el transporte y los hoteles para dar vida turística a las ciudades norteñas. ¿Por qué toda esa inmensa zona ha de estar abandonada? ¿Por qué las vacaciones deben estar monopolizadas por tres o cuatro puntos de la zona central. El mar es bello también en el norte y el Sol brilla y quema, cuando en el centro y en el sur los “veraneados” están dando diente con diente en los meses del crudo invierno.

Recopilación por: Alejandro Glade R.




sábado, 8 de agosto de 2015

Música Extraña.

                                       Por: Victoriano Reyes Covarrubias.

 La música de la nariz no es la producida por el resfriado. Y aunque nos parezca extravagante, el compositor  Tiomkin ha escrito una sinfonía para piano y orquesta,  tomando como tema la nariz. El vulgar apéndice no está colgado del pentagrama para risa de las gentes, sino para despertar la delicadeza emocional.

Cyrano
Esto de la nariz se ha puesto de moda con las modernas versiones cinescas del Cyrano. El Dr. Harold Holden ha escrito un libro acerca  de la nariz en fisiología, psicología, arte, teatro y folklore. Después de  la lectura de sus páginas se siente un gran cariño por el apéndice nasal y dan deseos de poseer varios de ellos. ¿Acaso la famosa Claudette  Colbert no agradece a su nariz el haber conocido al médico que hoy es su marido? Jimmy Durante aseguró su espolón a igual que el difunto Fields su asombrosa “papa irlandesa” .Bob Hope, cuando estuvo en Chile, declaró que su nariz de ski le había dado sus mejores triunfos artísticos. ¿Qué de extraño tiene, entonces, una composición musical a base del apéndice en cuestión?

El lado emocional está en la reacción psicológica que se experimenta ante las formas nasales. Un amigo, hace algunos años, se convenció de que a su hija había que cambiarle este apéndice. Acudió al experto en cirugía estética, un verdadero Fidias de la carne humana, y éste,  a su vez, convenció a la niña, la que ahora es otra en lo físico y en lo moral. El padre de la transformada sufrió también un cambio fundamental. A menudo repetía el acorde mental de su sinfonía de progenitor: “Parece que tuviera otra hija”. Y luego seguía con una serie de arreglos emocionales. La niña, por su parte, llevaba, de repente, un contra canto mezclado con la melodía vital de su alegría.


Los críticos tendrán, sin duda, alguna dificultad para la apreciación de esta música, en relación con tema tan inusitado. Pero sabrán salir del paso, porque la crítica, al decir de  Bartrina, no es un microscopio aplicado a la cara de una hermosa, sino un telescopio… ¿No están las narices de todas formas en la música de Tiomkin? Las narices triunfales, aguileñas y respingadas; las caídas e insolentes; las desvergonzadas y filudas, las movibles y voladoras, todas retratadas en melodías, escalas cromáticas y acordes. Se podría decir que es una música ultra-futurista, pero este término ya cae en desuso. Más bien podría considerarse como ultra-humana y nada más. Alguien nos decía que antes de escuchar esta música de la nariz de Tiomkin era prudente beber una fuerte dosis de cordial o tragarse una tableta. De todos modos, la nariz está, en la actualidad, romántica y musical, después de desprecios milenarios.

Recopilación por: Alejandro Glade R.

martes, 4 de agosto de 2015

Montecristo Chileno

                                 

Puerto Montt ha estado de fiesta. El centenario de su fundación ha aparecido en el comentario nacional, con toda su historia y un acopio de datos para muchos, desconocidos. En verdad, en el desarrollo de Puerto Montt hay cosas dignas de admiración. Es que el esfuerzo de los hombres del sur se ha hecho realidad en una provincia. Llanquihue, cuyo sólo nombre evoca tantas aventuras y anécdotas de pioneros.


Pero sin retroceder mucho en el tiempo encontramos un personaje de libro que los puertomontinos gustan recordar. En esas tierras sureñas, Ramón Saraos, apareció por el año 1895. Dejó en el departamento de Carelmapu, hoy Maullín, realidades y leyendas. Los lavaderos de oro dieron riqueza a este hombre, pero con la facilidad  que llegó el oro, así también se fué… Saraos hacía  bolas de oro para jugar con ellas. No eran raros los tejos del mismo metal, que al volar por los aires relumbraban como un grito al sol segundos antes de estallar la carcajada o la imprecación por el “punto bordeado” de la lujosa contienda de rayuela. Y más aún, este aventurero, buscador de oro, amante del buen vivir, dicharachero y audaz, gustaba beber vino como en los tiempos de los monarcas magníficos. Había hecho unas copas de oro también, para que el vino tomara un sabor especial “en la mente”. Y al llegar a Santiago, en sus viajes rumbosos, sacaba estas copas de su maleta y bebía champaña en ellas en los sitios más elegantes, en los clubes de privilegiados, ante el asombro de muchos ojos. Relataba sus esfuerzos sin muchos adornos y todo lo revestía de un aire natural, pero esa naturalidad era ficticia, porque en el fondo le agradaba hacer ostentación de sus hallazgos auríferos, de su dinero y de su suerte.

Cuando oímos hablar de la cordillera de Saraos, cordillera que no existe porque es parte  de la cadena de montañas denominada malamente cordillera de la costa, el recuerdo de Ramón Saraos viene automáticamente a la memoria. Y con ello todo cúmulo de andanzas y ostentaciones  que le valieron para la posteridad el sobrenombre de “Conde de Montecristo”.

Tuvo Saraos mucha riqueza, el oro pasó por sus manos en forma abundante y fácil; los amigos le rodearon por doquier, y a fe de personas muy ancianas que lo conocieron, tenía una apostura singular. Era una paradoja debajo de su piel curtida por las mañanas y las noches al aire libre: amaba la riqueza, pero al mismo tiempo la despreciaba en forma inconsciente por esas raras leyes de la naturaleza. Y murió pobre a  igual que cualquier desheredado de la fortuna. Una historia vulgar si se  quiere, pero con chispazos de leyenda y de personaje de libro.

Recopilación de: Alejandro Glade Reyes / Escrito por: Victoriano Reyes Covarrubias.





lunes, 3 de agosto de 2015

Leyenda Chileindiana

                                                     Por: Victoriano Reyes Covarrubias.



Hay que sacar a nuestro aborigen del olvido, de su aplastamiento y de todo aquello que lo destruye física y moralmente. No se puede hablar de nuestras pasadas glorias si hacemos el vacío a los araucanos. Esto lo decimos a propósito de la cinta cinematográfica que comienza a rodarse  este mes en Cuzco y Machu Pichu, para exhibir ante los públicos del mundo, "La leyenda del Inca". Estudios norteamericanos se interesaron en filmar esta leyenda, con asesores del Perú. ¿Por qué no puede hacerse una cosa igual en nuestro país?









Si hay aquí medios propios para rodar una cinta de esta naturaleza, cuanto mejor. Tenemos la materia prima que es una leyenda magnífica, una gesta por todos reconocida como sublime y ejemplar. Fueron los araucanos unos valientes a toda prueba, lo que sería un tónico cinesco para muchos espíritus tímidos que encontramos a cada paso. Una película que se titulara "La leyenda del Araucano" y que se exhibiera en los  países del orbe, no nos dejaría mal. No buscamos una posición egoísta de beneficio actual, sino que con ello se haría una obra de reparación. Los araucanos han estado relegados a sus pobres tierras, alejados de todos los centros ultra modernos. No podemos dejar que se extingan al son de su monótona trutruca ni que todas las figuras legendarias, bravías e incomparables, se pierdan en libros de lectura escolar que luego se dejan para no tomarlos más. O bien, una  que otra estampa para turista, que no da la idea exacta de lo que fué una raza y que hizo que Ercilla reconociera sus valores en un poema  inmortal.

Desde antes que llegara el conquistador español, los araucanos tenían  su vida y organización. Y luego, la lucha grande por la tierra, con las figuras que surgieron del deseo de sobrevivir. Hombres como Caupolicán, Galvarino, Lautaro y otros; mujeres como Janequeo y Fresia, en fin, tantos personajes verdaderamente cinematográficos, que harían una cinta valiosa. Con esta obra, que sería a la vez un documental, el indio araucano sería mas comprendido por las gentes del país y del extranjero; mejoraría  su situación moral, al verse más considerado, y se entusiasmaría para emprender nuevas empresas, cultivar la tierra y salir del marasmo en que se encuentra. Y por parte de las grandes ciudades, una cinta de esta clase haría bien para que el público cambiara de actitud. Cuando se habla de araucanos, no sólo hay que pensar en la platería o la trutruca, porque de todo esto vive la gran alma aborigen.


Recopilación por: Alejandro Glade R.

Libros de Bandidos.

                                       Por: Victoriano Reyes Covarrubias.

Los bandidos rurales famosos dan origen a leyendas con el pasar de los años. Son muchos los que ya están con sus fechorías en libros aparecidos en diversos países. La historia intima de sus inquietudes sanguinarias ha sido escrita por autores que han conocido personalmente al sujeto o bien han recogido en los comentarios lugareños la esencia de sus vidas.

"Stingaree"  llevado al cine
Al leer algunos libros nos salta a la vista que ciertos bandidos han tenido su lado bueno. Sin buscar mucho, el australiano Stingaree ha sido perpetuado en una serie folletinesca, en la que su Winchester y su violín no faltaban en su montura. Asaltaban en los caminos y, de repente, tenía rasgos caballerescos que desconcertaban. Mataba de frente.



Billy  "The Kid"


Salvatore Giuliano, el siciliano de fresca data, ya es una leyenda en Italia. Sus filones heroicos fueron puestos en varios artículos periodísticos, que ahora forman una biografía, escritos por una periodista sueca que llegó hasta la guarida del bandido.

Calamity Jane


Billy "The Kid", en Estados Unidos, tiene varios tomos y películas; lo mismo Calamity "Jane", mujer que nada envidió a los varones más pícaros. José María, en España, fué un Frá Diávolo español.



Joaquín Murieta








Joaquín Murieta, el que arrastró su drama en California, constituye una historia muy leída. Lo conocemos como chileno, por sus actitudes valientes, decididas y generosas, pero también Méjico  lo reclama como de su nacionalidad. En las librerías hay historias noveladas de Murieta y una de ellas es una verdadera epopeya del bandidaje, en la cual trasuda la venganza de ofensas familiares.


El huaso Raimundo, el bandido sureño que fué la desesperación de la policía chilena, tuvo que entregarse al ser perseguido por la zarzamora ardiente. Era un bohemio del homicidio dentro de su incultura. Las "Aventuras del Huaso Raimundo" están en un folleto que suele encontrarse muy amarillento en las librerías de viejos. Son páginas populares escritas para poner en relive ciertos actos justificativos de su delincuencia, pero en resumen es el clásico bandido rural que mata sin piedad y que siempre lleva una vida mísera, amparado sólo por las gentes compasivas que le alimentan a hurtadillas o le proporcionan balas para  su carabina recortada, impulsadas por el temor.

Lampiao



Hace poco apareció en Brasil un libro acerca de Lampiao, escrito por Rachel de Queiroz. Está en sus páginas toda la carrera del malhechor  que fué terror  de las "fazendas" brasileñas. Durante muchos años desafió a la policía rural, pero llegó el día en que cayó bajo las balas. Se tejió una leyenda y se dijo que no había muerto.Pero los campos quedaron tranquilos. El libro de Rachel de Queiroz lo da por muerto.




Estos bandidos rurales son diferentes a los delincuentes urbanos. Son individualistas por necesidad. Sus vidas extrañas se identifican con la  soledad y con la guarida en que se esconden como si fueran alimañas. Y es allí en donde, sin pensarlo, dan origen a una leyenda.



Recopilación por: Alejandro Glade Reyes. / Escrito por: Victoriano Reyes Covarrubias.

Las joyas de Goethe

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