Por: Victoriano Reyes Covarrubias.
Fue en aquellos días en que la
farándula era vocinglera, chispeante y audaz. Cada muchacho se preparaba con
mucha anticipación para hacer reír con sus ocurrencias y sus piruetas. Y entre
todos, recordamos a aquel condiscípulo del
Liceo de Valparaíso que murió con su cara enharinada de payaso y un sol
riente estampado en su traje azul. ¿Por qué eligió ese día de primavera y de
fiesta para irse?
Al saber de su muerte, quedamos
helados. No atinábamos a gritar ni a ponernos de nuevo traje de fantasía.
Sabíamos que nos esperaban otras máscaras para seguir con los brincos y las
risotadas en la calle. La noticia que llegó muy de mañana nos había
transformado. ¿Para qué seguir en el bullicio?
La noche anterior, en la Plaza
O’Higgins, cerrada con madera en su total
circunferencia, había danzado la alegría entre luces mil y al son de Las
Libélulas. Nuestro compañero –que ahora estaba sosegado para siempre- gastó
miles de bromas y se rió, burlándose de un cabezón de cartón-piedra, que se
paseaba muy majestuoso con una dama antigua, que mostraba un lunar insolente
sobre la comisura izquierda de sus labios.
-Tú debes andar con un D’Artagnan
o con un payaso azul como yo-, repetía nuestro amigo a la dama antigua.
Y el cabezón de cartón-piedra,
mudo, seguía del brazo de la dama. Movía
la cabeza enorme en señal de asentimiento y nada más. Su gesto era siempre el
mismo. Y la cara de la dama, bajo el antifaz, se veía blanquísima, marmórea.
Al terminar el baile, las
máscaras se dispersaron y salieron de la plaza por las diversas puertas. Y quedamos varios amigos, entre ellos el payaso azul. Comentamos las aventuras
tenidas entre serpentinas y valses,
entre gritos y fox-trots. Y notamos en el rostro del payaso azul cierta
tristeza, que él atribuyó al cansancio.
-Ese cabezón con la dama te ha
dejado pensativo –le dijimos, interesándonos en su estado de ánimo.
-No… nada de eso – respondió-.
Pero estoy cansado… ¿La dama? ¿El hombre
de la cabeza enorme? ¿Por qué aceptaba todas mis bromas? ¿Y ella?
En forma inequívoca le preocupaba
el pensamiento de esta incidencia, bullendo en el fondo de su espíritu el
porqué del mutismo y del asentimiento. A
pesar de todo, la pareja extraña había sido tolerante ante las pachotadas.
"EL PAYASO AZUL" pintura de Victoriano Reyes Covarrubias. Colección: Sebastián Glade Escobedo. En esta pintura Victoriano escribió... "El gesto del clawn es la verdadera cara del hombre" |
Y al saber la noticia del
doloroso amanecer, al momento se nos vino a la memoria la tristeza de nuestro
amigo al despedirse en la
plaza. ¿Acaso se repitió en él la cita de
Kuivishev, de la antigua
leyenda rusa del boyardo y su criado? ¿Quién fue ese cabezón de cartón-piedra
que se atravesó en su camino de alegría? ¿Y la dama de piel muy blanca?
Sólo sabemos que nuestro payaso
azul se fue pintado, con la cara llena de albayalde. Y en cada Fiesta de
Estudiantes lo recordamos, aunque la alegría ande a tropezones y los ánimos,
con los años, adquieran filones de escepticismo.
Recopilado por: Alejandro Glade
R. / Escrito por: Victoriano Reyes Covarrubias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario