viernes, 31 de julio de 2015

Los Perros.

LOS PERROS      Por: Victoriano Reyes Covarrubias

       El perro es el asistente obligado de cualquier reunión callejera. Con su cola batiente o caída, escucha y mira. También espera como los seres humanos la palabra de los oradores.

       En los días marciales desfila con la banda de músicos, y en los inviernos, mojado y tiritando de frío, busca en la noche el alero protector al igual que los chiquillos vagabundos. Sobre la parrilla mal oliente de los cauces se acurruca para recibir el calor de la descomposición. ¡Qué vida de perro! Soiza Reilly escribió acerca del perro "Job" que se aburrió de su vida e imitó a Werther. ¡Cuántos perros de barrio se van para volver después de años como el hijo pródigo!

       En estos días, con el azote del sol y el fantasma de la rabia, los perros entran en capilla. Están condenados por los hombres a morir por su espíritu vagabundo. ¿Es que puede imaginarse a un perro de otra manera? Los perros cautivos se enferman, se ponen maniáticos y desarrollan un odio feroz hacia los seres humanos y los animales, exepto los compañeros de cautiverio. La gran ciudad emite el dictamen de esta condena que todos los años se renueva.


       El perro de la calle es un palomilla más. Y también  es un sereno gratuito, porque ladra ante el desconocido que en la noche se aventura por la barriada de sus andanzas. Jack London sugirió la conveniencia de cuidar y defender al perro, pero al mismo tiempo limpiar las calles de los que están en abandono. ¡Felices esos perros que tienen jabones especiales y huesos de goma para que jueguen mientras se bañan!

       Con mucha razón se ha dicho que el perro es el mejor amigo del hombre, pero no presta dinero. ¿Por qué de repente, como desprecio, se dice "eres un perro"? ¿Será por esa virtud que el can no tiene en relación al dinero? Esto lo entendemos a medias, porque sobre el perro pesa un concepto dual.

       La campaña anti-perruna, que todos los años comienza en esta época, es la maldición que cae sobre estos habitantes de la ciudad, que forman parte importante de nuestra convivencia. Hace poco, cuando se pensó arrojarles albóndigas con estricnina, pensamos automáticamente en los horrores de los martirios orientales, en aquellos días en que las tribus rivales en las Celebes o en Java alineaban a los enemigos cerca del árbol de la estricnina y los envenenaban a pinchazos. Pensamos en el salvajismo, porque los perros, así como viven como los hombres, también mueren como los seres humanos. De allí el caso de "Job" relatado por Soiza Reilly:

       Ver morir a un perro en la calle atacado de convulsiones por la acción de la estricnina es algo muy desagradable. Se inmoviliza el tronco del animal y se envara rígidamente; sus mandíbulas se aprietan y luego comienza la asfixia; las pupilas se dilatan y los temblores invaden todo el organismo, pero no muere. Sigue un período de calma como si fuera el perro a mejorarse, pero luego de unos minutos vuelve otra vez el acceso más acentuado. Hay perros que soportan dos o tres accesos hasta que llegan al segundo mortal, lo que suministra una exhibición callejera indigna de un pueblo que tiene una Liga Protectora de Animales. Nos alegramos de que esto no se haya generalizado. Es preferible que los cazadores de la perrera anden como vaqueros del Far West laceando a los quiltros por las calles.

Recopilación de: Alejandro Glade Reyes / Escrito por: Victoriano Reyes Covarrubias.

                                                                                                                                                                                              

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