lunes, 28 de diciembre de 2015

¡Viva el trabajo!


V.R.C.

Madame de Tracy dijo en cierta ocasión memorable que los que nada hacen se creen capaces de hacerlo todo. Quisiéramos que se meditara esto ante la visión grotesca de los que miran trabajar a otros.

Un clasificador al momento diría que hay dos clases de observadores: el que mira con desprecio, dando a entender que es capaz del trabajo que observa y mucho más, y el que mira con ojos alucinados y que pellizca la piel para convencerse del prodigio que está viendo.




Estas dos clases de observadores tienen el común denominador de la ociosidad, algo de ese grito de “Yo no trabajo” de una opereta famosa, o algo de Nirvanismo.

En la calle Ahumada, en ese tramo en que se realizaron rápidos trabajos en el pavimento, los grupos de observadores eran numerosos. Es posible que muchos fueran transeúntes que miran medio segundo y pasan, pero los más eran observadores de profesión. Los adultos han mirado durante horas enteras cómo las perforadoras eléctricas han trepanado la corteza dura del cráneo de la calle, mientras los brazos fornidos de los obreros temblaban sin cesar. Las máquinas tocaban una sinfonía brutal, un concierto de percusión semejante al segundo tiempo de “La Carrera de los Cometas”, del músico de “Gog”. La atención de ese público en la calle nos hizo recordar el asombro de aquel rey africano que visitó a Londres y vio por primera vez el funcionamiento de estas perforadoras. A su regreso al corazón de África las incluyó con un motor especial, en su orquesta de la jungla junto a los tambores balubas  y a los gritos destemplados de sus súbditos. ¿Algún mirón desearía tener una perforadora en su casa para amenizar los bailes modernos?

Pero sigamos: los ociosos que se aglomeran y se instalan como en tribuna para ver trabajar olvidan que el libro de Job dice que el hombre ha nacido para trabajar, como el pájaro para volar. Pero ¿no estamos, acaso, en una época en que se trata de evitar el trabajo como si fuera un veneno? Al momento se recuerda la ley del menor esfuerzo, los avances tecnológicos la semana de un día, las jubilaciones prematuras para los buenos y sanos y la poltrona.

A la persona que no trabaja se le aguza el tacto, es decir cuando se trata del trabajo manual. Pero ¿qué contrasentidos tiene esta vida! Si nos fijamos en los característicos que abundan en esta ciudad, llegamos a la conclusión desesperante de que por tener fino tacto son les que más trabajan… mientras legiones de pacíficos ciudadanos siguen mirando cómo trabajan los demás.


Recopilación de: Alejandro Glade R.


Maquillaje de Santiago - 1950


V.R.C.

Con los nuevos puentes del  Mapocho, nuestra capital ha ganado en su maquillaje, aunque este sea de concreto armado. Tanto mejor. El mejoramiento de Santiago, en muchos aspectos, se ha presentado como una necesidad desde hace mucho tiempo. La construcción elemental, como lo es un puente en una ciudad como la nuestra, hace que la durabilidad y resistencia no sean como únicos requisitos para la estructura, sino también la gracia y la belleza.

En realidad el puente que más contribuye a la belleza de la ciudad será aquél que sea lo menos puente posible y que a la vez sea un espacio glorificado de la calle. En el puente mapochino, frente a independencia, se ha logrado esa glorificación, al igual que frente a Recoleta. La finalidad utilitaria no se ha descartado, pero en bien de la estética, se ha combinado perfectamente con la belleza. Y  ¡vaya! Que necesita estética ese lado de la Estación Mapocho.

La re-estructuración del puente Independencia llevará, sin duda y sin demora, a la transformación total de ese sector. La Estación se transformará en un terminal ferroviario de primer orden, pero tiene que desaparecer también el cuadro de arrabal que hay en los alrededores.

Nuestra capital es una ciudad de contrastes: a unas pocas cuadras de un Barrio Cívico imponente hay verdaderas pocilgas; junto a la moderna bomba de bencina bebe agua sucia el caballo escuálido de los “breques” y “cabritas”, y junto a un puente agradable, de líneas suaves y modernas, la miseria vagabunda, los harapos humanos en hacinamiento, se muestran como una llaga bajo el dombo de concreto quitando todo aquello de “glorificado” que la nueva estructura ha puesto en la calle y sobre el río. Es evidente que una ciudad en desarrollo tenga estos claro-oscuros, estas baldosas blancas y negras, sobre las cuales pisamos a diario. Los puntos negros de la ciudad deben ser desplazados de una vez. El palomillaje en el Mapocho parece ya una cosa endémica y un eterno contraste, aunque en sus orillas se  levanten los más desafiantes edificios o se extiendan los más bellos puentes. ¿Acaso en otras ciudades no ocurre lo mismo y durante siglos? Esta pregunta es un consuelo para la gran mayoría, empero, las nuevas modalidades urbanas, el nuevo sistema de vida los preceptos de la higiene contemporánea y la misma historia de las ciudades dicen que estos focos desagradables y perniciosos tienden a desaparecer, aunque muchos de ellos sean reconocidos y pintorescos viveros de una humanidad tremendamente real. Las modernas ciudades de Mumford no son un sueño.

Santiago está en un sitio ideal, Y el sitio es la consideración primera en la construcción de una bella ciudad o aldea. De esto no podemos quejarnos. Pedro de Valdivia tuvo buen ojo. Pero toca a los urbanistas y municipalidades la tarea de no afear el sitio elegido. Los nuevos puentes del Mapocho son magníficos y hay que seguir adelante. Una cosa pide la otra.


Recopilación de crónica por:  Alejandro Glade R.


martes, 15 de diciembre de 2015

¡Hija mía!

24 de Mayo 1950 Ultimas Noticias.
V.R.C.
La explicación quedó suspendida en una atmósfera de amargura. Hubo un momento en que todos los rostros nos parecieron caricaturescos.

Los automóviles circulaban y los transeúntes esperaban el momento propicio para soltarse de la esquina y ganar el otro lado de la calle. Un tranvía llegó al paradero con estrépito. Se abrió la puerta y bajo una niña de dieciocho años pero en una fracción de segundo la nariz cromada de un automóvil   se introdujo en el trecho entre la puerta del tranvía y la acera. El conductor frenó súbitamente y el coche lanzó el alarido mecánico característico  que hace volver la cabeza al más indiferente de los mortales. La niña había salvado milagrosamente de la muerte. En su vestido azul quedaron las huellas de las manos de la Gran Señora.

Todos los que vieron la escena retuvieron el aliento. El automóvil debió pasar por el otro lado de la calzada, por donde las puertas del tranvía iban cerradas. Y si no había más remedio para avanzar, por lo menos disminuir la marcha era lo elemental.

Hasta aquí el asunto es vulgar, cosa de todos los días, infracción monótona y desesperante. Pero la anotación tiene su colgajo doloroso. La niña era acompañada por su padre, un caballero de cincuenta años, que también vio a su hija casi debajo de las ruedas del automóvil. A este caballero nada le pasó, porque todavía estaba en la pisadera del tranvía cuando el automóvil llegaba como un celaje junto a ellos. Todos los presentes esperaron que el grito de   “hija mía!” lanzado por el padre hubiese estado acompañado de la correspondiente amonestación para el  conductor del coche. Al comienzo hubo un ademán de indignación en éste caballero al acercarse al coche cerrado para enrostrar la carencia de sentido común en el volante, pero todo se derrumbó. El gesto de indignación se transformó de repente en una sonrisa complaciente y en un saludo muy cortés. Y hasta alargó la mano efusivamente a través de la ventanilla abierta del coche.

Tranvía frente al Mercado Central

-¡Vaya, vaya, era usted!
-Cómo leva…
-Aquí vamos.
-Casi…Casi…
-¿Cómo están por su casa?
-Hasta luego.

El dialogo fue muy rápido, nervioso, pues el coche tenía que seguir, pero el tranvía ya había partido. Algunos transeúntes se miraron extrañados. Y al pasar el padre y la hija junto a nosotros, escuchamos un fragmento de conversación:

-Pero, papá ¿por qué no llamaste la atención de ese señor?
-Espera, hija…
-Es que, casi me mató. No debió pasar por ese lado.
-Ya pasó, no fue gran cosa…
-Pero mira papá cómo me dejó el vestido.
-Ya te compraré otro.
-Tu obligación era haberlo retado.
-Sí, sí, pero debes tener en cuenta que lo conozco y tengo negocios pendientes con él…

Esto último sonó como vidrio hecho añicos en el pavimento. Fue algo como si se hubieran clavado las puntas de los vidrios en el corazón. Quitamos la vista. Afortunadamente llegó otro tranvía con una sonajera endemoniada y no escuchamos más.



Recopilación de: Alejandro Glade R.


lunes, 14 de diciembre de 2015

Niños recomendados



V.R.C.
El desamparo en que viven algunos niños nos mueve a escribir estas líneas. Existe en el problema de la vagancia infantil una buena intención, pero lamentablemente la concentración de esfuerzos no llega a producir frutos deseados. Hay algo esporádico en la acción.

Otra vez se tiene el doloroso espectáculo de los niños que vagan. Se dirá con énfasis que hay instituciones especiales para ellos o que muchos de los asilados se fugan para seguir sus andanzas. Sin embargo, existen casos en que la argumentación sobre el estado de ellos no es tan fácil.

Hemos conversado tranquilamente con uno de estos niños que andan por las calles a merced de la suerte. Su pobreza no la tomamos como credencial, sino como una desgracia. Nos detuvimos a observar la viveza de sus ojos y a escuchar sus palabras que tuvieron por instantes un efecto aplanador sobre su mirada.  ¿Sentía alguna pena grande?

El niño no tendría más de trece años, edad peligrosa y fatal para muchos si no se les cuida física y moralmente.

-¿Por qué vagas? – le preguntamos.

-¡Vaya, qué pregunta! – Contestó al momento con cierta sorna-. Sencillamente porque no tengo recomendación. Me presenté a una de esas instituciones para niños y me salieron con que necesitaba un papel de alguien que me conociera. Hasta conseguí que me llevaran gratis a Valparaíso para ver si podían admitirme en un hogar de allá que me dijeron que era muy bueno. Tampoco logré nada, porque no me conocían y no tenía recomendación. Mis padres me habrían dado al momento una, pero murieron hace tiempo. Y aquí me tienen por las calles mendigando. ¿Quién se atreve a darme una recomendación para entrar a una de esas instituciones para ser un hombre útil y verdadero?

El modo de presentar su caso nos llamó profundamente la atención. La mente despierta del niño no se opacó ante las preguntas. Por el contrario, pareció desahogarse. Uno de los presentes se interesó en este exponente de la vagancia santiaguina para matricularlo en una institución conveniente, ya que el pequeño, por voluntad, deseaba mejorar su condición. Le dio la recomendación requerida.

Todo parece bien, pero lo malo salta a la vista. ¿Es manera de ayudar al niño desamparado o combatir la vagancia infantil ésta de las recomendaciones? Si se cree       a un niño de malas inclinaciones, al igual que una fruta podrida que va a corromper a los demás. ¿no hay psiquiatras para apartarlos o guiarlos? La recomendación en este caso es una maldición a horcajadas sobre la pobreza.



Recopilación de: Alejandro Glade R.



miércoles, 25 de noviembre de 2015

Música de Septiembre.


Sábado 18 de Septiembre de 1954.

V.R.C.
En estos días de septiembre no podemos descartar la alegría que produce la música de las bandas militares. La razón elemental está en que las bandas se asocian con las marchas que invitan aunque sea a marcar el paso.

Los brillantes instrumentos al sol; el compás de los músicos que pasan, y el despertar colectivo, cercano o distante, que provocan las notas marciales, constituyen un verdadero catalítico. Aunque seamos antimilitaristas o reumáticos, esta música se septiembre nos aviva y precipita en un plano de emoción inequívoca.

Nuestras bandas militares son buenas. Saben lo que tocan. Sus componentes son estudiosos. Por las mañanas la vecindad de los cuarteles escucha las frases musicales que se repiten tediosas en los ensayos. Algunos músicos repasan en sus casas los pasajes más difíciles de un pentagrama recomendado por el director de la banda. Y esta vida es, tal vez, un tanto ignorada por la ciudadanía, la que sólo aprecia el resultado de  los desvelos: el paso entusiasta y repleto de notas de la banda, seguido el grupo de músicos por un enjambre de hombres, mujeres y chiquillos que se esfuerzan en llevar el paso en la marcha improvisada. Nunca falta el quiltro que se apega al carro marcial callejero.

Los platillos que relampaguean al sol al chocarlos en lo alto con un ágil movimiento de muñecas; los clarinetes y oboes clásicos; los pífanos y las cornetas de llaves; los bajos, las trompas y los helicones majestuosos, diluyen las amargas experiencias de la vida cotidiana. Es común oír el grito de “Allá viene la banda!” Y se apresura el paso para tomar colocación en el borde de la calzada, para verla pasar. Los tambores al unísono anuncian su cercanía, luego pasan atronadores y se alejan. Las miradas siempre reclaman la apostura del tambor mayor.

Cuando la banda cesa de tocar y sigue la marcha muda, los que miran o acompañan a los músicos parece que cayeran en el vacío. Pierden el ritmo que los atenazaba y todo vuelve a ser como antes.

En realidad, una banda de músicos siempre esparce alegría. De allí que hemos clamado para que no falten las plazas y paseos públicos, para que llenen el ambiente abandonado de los barrios con sus melodías salidas de los bronces, maderas y timbales que siempre gustan, aunque se utilice un viejo pentagrama o la última composición de moda.

Papeles tricolores, naranjas encendidas, banderas y empanadas forman con una banda, el cuadro palpitante de septiembre.


Recopilación de: Alejandro Glade R. / Escrito por: Victoriano Reyes C.





lunes, 23 de noviembre de 2015

Entre dos fuegos


V.R.C.


El ataque que se realiza en contra del cigarrillo, por los males que causa, está contrapesado por los elogios que surgen de parte de los fumadores. Empero, en los últimos meses ha arreciado la tormenta, reforzada por los informes médicos. Entretanto, se sigue fumando en la vida real y en los libros, pues no hay novela policial en que no aparezca la pipa, el habano o el cigarrillo. Quienes defienden la “flauta fumatérica” para tocar las azuladas melodías del humo, se aferran a razones filosóficas y sentimentales para oponerse a las científicas que hablan de cáncer pulmonar. 

En coplas y cantares se encuentra la confianza:

                       


                        Como veneno el tabaco
                        es de muy lentos efectos,
                        pues fumando desde niño
                        cien años vivió mi abuelo.

Los fumadores empecinados, los que no olvidan la lealtad, aunque se encuentren moribundos, murmuran:

                        A morir nunca dispuesto
                        tal vez lo haga resignado
                        si una mano me aprisionas
                        y en la otra tengo un cigarro.

Mark Twain, gran fumador, en su “Ensayo sobre el Tabaco”, dice que niños de veinticinco años, que poseían experiencia de siete, trataron de hacerle ver la diferencia entre un cigarro bueno y otro malo. El escritor se reía al decir que nunca aprendió a fumar, pero siempre fumaba. Y eso que vino al mundo pidiendo un fosforito… Agregaba que era tan fácil dejar el cigarrillo que él lo dejaba… cada quince minutos…

Los que están ya en la brecha humosa no desertarán, y si alguno de ellos deja el vicio, lo hará con la esperanza de volver algún día a fumar aunque sea cigarrillos de quáker seco. El mismo Twain, estando muy enfermo, encontraba alivio solamente en la lectura y en el fumar. Fumaba excelentes habanos, pero no quáker…

El libro “El Tabaco en Poesía”, editado en la Habana, en 1946, es una antología que alivia el horror del cáncer, porque en ella todo es elogio para el fumar. No obstante, los últimos informes médicos salidos de reuniones científicas de EE.UU. hacen apagar precipitadamente el cigarrillo con todos sus ingredientes combustibles adicionales. En cada país ha prendido la campaña, poniendo entre dos fuegos al fumador.

¿Podrá seguir Europa bendiciendo al Nuevo Mundo por la papa, la quina y el tabaco? En tierras americanas se descubrieron estas dádivas. El tabaco, que nos ocupa, permanecerá mucho tiempo como alimento espiritual y sedante nervioso, aunque los médicos tengan razón en sus informes. Es que cuesta dejar a un amigo fiel de tantos años que acompaña mudo y alienta sin cesar. La compañía es cobrada a veces, al final, a un precio doloroso, pero en otras ocasiones el desinterés del amigo es desconcertante. Y es nuestra esperanza de no pagar la lealtad que nos ha brindado. Somos humanos.

Un cenicero lleno de colillas siempre fue una elocuente biografía de un estado de alma. Hoy quiere ser, simplemente, un peligroso diagnóstico orgánico.



Recopilación de: Alejandro Glade R.


                       

            

viernes, 30 de octubre de 2015

Alrededor del Diablo


V.R.C.
             Todos los chiquillos del Lawson School, en Valparaíso, hacíamos verdaderas expediciones para ver el Diablo. El Señor del Averno estaba dibujado con tiza en una ojiva tapiada de una iglesia derruida. A escasa altura del suelo, la figura satánica era perfecta. Quizá algún artista vagabundo no encontró otra superficie más apropiada.

La figura pasó allí mucho tiempo, hasta que la reconstrucción la hizo desaparecer. En esos años el personaje era muy popular. Se le temía. Hoy, el Diablo ha caído en desgracia, porque los matasietes y los bellacos abundan y le dan lecciones… La popularidad del jefe de los infiernos, sin embargo, sigue adelante, pero muy aplastada por la fama de los modernos legionarios de la diablería.

El último libro de Papini acerca del Diablo ha puesto de moda otra vez a este personaje, pero sólo en forma académica. Cuando la popularidad del Malo comenzó a decaer, Daniel de Foe, autor de “Robinson Crusoe”, escribió la “Historia del Diablo”, llegando al final a hacerse la pregunta de ¿cuál es más pernicioso al mundo: el Diablo que circula sin su pie hendido o el pie hendido que va de aquí para allá sin el Diablo? Curiosa pregunta para el tiempo de De Foe, pero hoy, los diablos toman té con nosotros y las diablesas asisten al cine. Ha sido tanto el descrédito del antiguo Diablo, que su nombre ha sido tomado hasta para las cosas más baladíes, y aun dulces, de fabricación casera.

Eca de Queiroz dijo que el Diablo ha sido la figura de mayor dramatismo en la Historia del Alma. En verdad, Milton cantó su hermosura y Dante escribió su tragedia. El diablo compraba el amor y lo pagaba con dinero falso. Hoy cuando queremos hablar de algo contundente, fuerte y que arde, decimos que es de “cuero de diablo”. Es simplemente un recuerdo de antaño de sus aventuras causticas, de las jugadas y los pactos infernales, de las palabras y ambiciones quemantes.

Todo lo relacionado con el Diablo era cínico. Pero las diabluras modernas realizadas por superdiablos sin cola y que no desaparecen en puñados de humo, sobrepasan el cinismo. El Diablo de antaño simplemente ha presentado su nombre para los bellacos de la actualidad. Se nos figura un señor cansado, viejo, que vive de añoranzas y que contempla imponente las acciones de otros señores del Averno más perfeccionados.

El mismo Ambrosio Bierce, autor del “Diccionario del Diablo”, modernizó al personaje haciéndolo dar definiciones como las del martillero: hombre que proclama con un martillo que se ha apoderado de un bolsillo ajeno mediante su lengua, o la del calumniador, que es el graduado de la Escuela del Escándalo.

Lo más notable anotado por Bierce es la definición demoníaca del teléfono: una invención del Diablo que posee algunas de las ventajas de mantener a distancia a las personas desagradables.

El Diablo se aferra al pilote del recuerdo porque se siente anticuado o quiere morir, porque sabe que la tumba es la Casa de la Indiferencia. Nadie dibuja ya su silueta en las paredes, como aquel artista de la tiza y de la ojiva. Se ha esfumado con el tiempo.




Recopilación de: Alejandro Glade R.



domingo, 25 de octubre de 2015

Público Delincuente.


V.R.C.
                  Estamos en una ciudad en que el delito hace estragos. La topografía de la delincuencia nos habla de barrios sórdidos y de un público que, mimetizado con los acontecimientos diarios, está acostumbrado a la estampa del malhechor. Pero no se puede tener un ánimo indiferente cuando el público se comporta mal en secciones más abiertas de la ciudad, que por su ubicación podría pensar de otra manera. Es cierto que el público no razona a veces, sino que actúa por impulso emocional. No obstante, la disciplina que debe observarse al vivir en una ciudad no puede quedar abandonada en ningún momento. ¿Acaso el origen de lo que llamamos ciudad no obedeció a esa disciplina que se hacía necesaria?

Lo que vemos aquí a diario es desagradable, pues nos imaginamos que aún vivimos en una jungla, en la que sólo se actúa en forma primitiva. SE dirá con desenfado que “en todas partes se cuecen habas”, pero quien vive de ésta conformidad contribuye eficazmente a una convivencia retrograda.

Y todo esto viene por esos momentos de expectación que se vivieron hace poco junto al Mapocho, a raíz de una cacería policial. Un hombre robó la cartera a un transeúnte y escapó hacia el lecho del río, con la felina agilidad característica en esta clase de delincuentes. Comenzó a  aglomerarse el público en el “balcón corrido” que posee el río en ambos lados, para presenciar como dos policías de civil trataban de atrapar al ladrón. Uno de los policías corrió por la calle para atajarlo más arriba y el otro bajó al agua, sin zapatos y con el pantalón subido, para cumplir mejor su misión. El público aumentó en forma increíble. Hasta de los automóviles salía gente para arrimarse al borde del río y observar la escena.

Quedamos desalentados. El público se puso de parte del delincuente. Algunas voces salieron con rabia y cayeron como latigazos sobre el policía que se acercaba con cautela, para apresar al ladrón, que estaba de pie, sin moverse, en el extremo de una península, sin poder huir más por las aguas que allí pasaban densas.

-¡Cómetelo! ¡La gracia que vas a hacer!

Estas y otras frases no sólo eran lanzadas por zarrapastrosos, sino también por gente que se llama decente…

Sin duda, se trata de un público delincuente, que ha olvidado que se debe contribuir a la seguridad individual y colectiva. Ya se desechó ese pedido oficial que se hizo hace tiempo para que la gente cooperara con la autoridad para reprimir la delincuencia. Con esta hostilidad de parte del público, es difícil progresar por mucha ciudad que se tenga. Lo único que se consigue es alentar y fomentar la delincuencia en todas partes. Así como se daña con gritos hostiles en contra de los que velan por nuestra seguridad, así también se perjudica con el silencio y la inercia.



Recopilación por: Alejandro Glade R.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Fernando Mardones

V.R.C.
          Siempre llegaba de repente. Ahora se ha ido de la misma manera. Tenía que ser así. Poseía un dinamismo contagioso y su palabra inequívoca y cordial jamás dejaba a la espera. Amigo de sus amigos, tomó desde sus años mozos el sendero del servicio. Y no lo abandonó. Murió dejando una huella clara.

Con el alma hecha de noticias, Fernando Mardones era un vivero constante para quienes compartían con él la inquietud de las horas fugitivas. Ya desde los primeros años de la década del Veinte animaba las crónicas y hacia saborear la tolerancia, base de toda verdadera amistad. Junto al rigor de las noches o bajo el candente sol, el periodista que había en él vibraba con la más débil noticia. Y en cuanto a la amistad, a la que siempre daba un aspecto especial, se interesaba por sus amigos, porque los quería y daba por ellos lo mejor, aunque no siempre le devolvieron la mano. La vida no podía tener otra faz, pero Fernando Mardones la enfrentó valiente, decidido, sin desmayo, hasta caer y quedar sosegado.

Después de glosar la vida del teatro y el teatro de la vida, en medio de crónicas de la más diversa índole, fue un colaborador eficaz del gran Mr. Blake, Gerente de la Compañía Chilena de Electricidad,  empresa en la que Mardones llegó a ser oficial de relaciones públicas. Se desempeñó ágilmente hasta el último momento. Había en él algo que lo impulsaba a las relaciones.

Cuando lo conocimos siendo estudiante de medicina en 1923, se veía en él al periodista. Tomaba cada cosa como noticia, aunque fuera un árido estudio de anatomía o una sesuda fórmula química. Todo era digno del conocimiento público. Pasaron los años y su profesión de hombre de prensa lo llevó hasta instalar una imprenta en una Exposición Industrial, en la que ponía en letras de molde al visitante en cinco segundos, al estilo norteamericano. El visitante se iba feliz al ver su nombre en los titulares de un diario que se llevaba debajo del brazo. Y Mardones lo miraba complacido al ver la satisfacción de un anhelo ajeno.

Fernando Mardones hiso de la lealtad una religión. Entendía en esto el lenguaje antiguo y moderno. La fraternidad lo animaba y en medio de las peores amarguras, solía tener rasgos de alegría, como un santo y seña para que sus amigos no sintieran dolor por él. Su voluntad estaba abierta al relato y esto constituyó la médula de un sinnúmero de reuniones de café. Su charla amena dio vida a las redacciones, en donde ahora hay un sentimiento de pesar sincronizado a lo lejos por el trepidar de las máquinas que dan el pan blanco y negro del sustento diario del gran público. Fernando Mardones, periodista, padre, esposo amigo y servidor, partió súbitamente. No se despidió. Decía siempre: “Vuelvo luego”. Sabemos que no volverá, pero tampoco se irá de nosotros.

Recopilación de: Alejandro Glade R.



sábado, 17 de octubre de 2015

Mientras Buda sonríe


V.R.C.

        Desde la alta meseta del Tibet, los lamas sumergidos en el marasmo de sus sueños han considerado los problemas de un mundo en lucha como incidentes entre niños. Legendaria ha sido la indiferencia ante todo lo que ocurre más allá de las fronteras que Sven Hedin cruzó para darnos una visión de  la existencia de lamasarios  misteriosos y villorrios, cuyo exotismo sobrepasa toda imaginación. No hay duda que de esos relatos surgió en parte, la maravillosa novelesca de James Hilton, “Horizontes Perdidos”, con el recordado Shangri-la que vino a satisfacer un anhelo de quietud, de bondad y de infinito.


Con la guerra civil de China, las fronteras del país de los lamasarios se ven amenazadas, Los refugiados llegan a las grandes puertas en busca de amparo, mientras Buda rasga sus gruesos labios.

Escena de Horizontes Perdidos, 1937
El valle de la Luna Azul se llena de rumores y los sacerdotes han detenido sus ruedas de oración, para montar guardia junto a los arcanos del Yunan y del  Amni-Machen para que los forasteros no violen los misterios heredados. El Tibet ha gozado fama, como sabemos, de ser una tierra apartada, otro planeta, indiferente a las convulsiones políticas y a las matanzas de la guerra. Se le ha  creído un paraíso, no obstante, después de setecientos años el Valle de la Luna Azul de los  sueños se ha revelado tal como es. Y los refugiados de todas clases, que visten sedas y joyas deslumbrantes de Cathay o andrajos repugnantes de calleja sórdida, han visto ya que en ese país de leyendas las pasiones son iguales a las de otras partes. No hay nada de la novela famosa. Es verdad que ésta fue una ficción con los trajes y el ambiente de la tierra del Dalai Lama, arreglada en forma convencional para satisfacer nuestra ansia de verdad, de paz y construcción.

El asombro de los fugitivos, sin duda, fue grande. Por los caminos largos y penosos cayeron y se levantaron con la esperanza de llegar al oasis soñado. Por el paso entre las montañas nevadas y azotadas por el viento portaron su carga de sufrimientos corporales y mentales, para arribar al valle… ¡Desilusión! Todo era igual.

En el país de los lamas, país que imaginábamos apacible, la política también tiene su enorme rueda de oración y altares primorosos desde los tiempos de Kublai Khan.  En cónclaves eufóricos, los lamas, junto a sus secretos, pierden y ganan partidas y contrapartidas como en cualquier “maelstrom” político. Usurpan y derrocan; traicionan y hacen pactos y también matan… ¿Qué? Sí, los lamas también saben organizar como cualquier mortal, aunque la reveladora Alejandra David Neel haya dicho que esos sacerdotes necesitan la mística palabra “hik” para bien morir.

Esta dura realidad ha sido un dolor más para los que han llegado a golpear en las enormes puertas.
Entretanto, Buda sonríe, pero sin dejar de pensar en lo triste y miserable de la condición humana. ¿No fue él quien dijo antes de morir que nada es durable? Ni la tranquilidad en el Valle de la Luna Azul…


Recopilado por: Alejandro Glade R.





miércoles, 14 de octubre de 2015

Verdad de la Noche.


V.R.C.

     
   Siempre se habla de la noche con afanes poéticos, sobre todo cuando la luna suspendida baña la tierra. Es muy bello todo lo que surge de la quietud y la penumbra, del claroscuro de las cosas. Y aún más, cuando la cara de la muñeca blanca no se asoma en el espacio, la oscuridad tiene sus misterios, la sugestión de lo invisible, el secreto de la incógnita. Es por eso que los versos abundan con cantos a la noche. Empero, en la gran ciudad, la noche tiene aspectos no poéticos que vale anotar. Dura es la verdad pero hay que decirla. El abandono es mortal a ciertas horas. Los “sacos de carbón” que hay en las calles en el paso de algunos parques, nos  hacen recordar esas manchas negras que se ven en el firmamento cuando las estrellas brillan. ¿No es una aventura demasiado realista cruzar esos espacios oscuros?



Nos decía un señor que se conforma con todo, porque, según él,  ”ha vivido demasiado” que el peligro de la noche solamente perjudica a los noctívagos, a los trasnochadores empedernidos, y que está bien que les pase algo para que se enmienden en sus hábitos de vivir. Es un criterio muy simplista por cierto, porque el señor en cuestión olvida que una ciudad como la nuestra exige que alguien se quede despierto para que otros duerman, no por falta de sueño, porque bastante dormilones somos, sino para que al día siguiente las cosas marchen sin interrupción y cada uno tenga la indispensable para la vida.

Las personas que andan de noche por las calles no son únicamente los re-moledores,  o los trasnochadores crónicos. La experiencia habla de que el ochenta por ciento de las personas son trabajadores.  Ya son obreros de fábricas o construcciones que atraviesan todo Santiago, para entrar a las siete de la mañana. Es fácil encontrarlos a las cinco de la  madrugada en su viaje diario, y una lucha con la locomoción en horas críticas de los cambios de turno. También se puede ver a las tres y media de la mañana a los empleados de las fuentes de soda que terminan su turno y se recogen a sus casas. TY los dueños o administradores de esos comercios, que también pasan, aunque parezca extraño, a tomar una tacita de café en otra fuente de soda… para luego irse a dormir. Conocemos a un joven empleado que entra a trabajar a las tres de la mañana en una confitería que pasa abierta toda la noche. El personal de los diarios, tanto de talleres y de redacción, también es amante de la noche por necesidad. Y se puede ver cómo todos estos trabajadores anhelan descansar. Es claro que algunos se quedan enredados más de la cuenta en el café o el boliche pero son los menos. Y así, la enumeración es interminable. Hay gente que tiene que trabajar de noche, como los radioperadores que reciben noticias. Y en esto no olvidemos que mientras Santiago se dispone a dormir, en otras partes del mundo la gente despierta para la nueva actividad del día. Y hay que estar alerta a esa actividad, aunque lejana.

Para ¿a qué viene todo esto? Simplemente a que si no se desea cuidar los huesos de los noctámbulos y amantes de la francachela, se cuide la anatomía de los que trabajan y que tienen que transitar por el lomo de la noche. Las autoridades policiales no deben abandonar ni un instante la vigilancia en los sitios peligrosos de la ciudad. Sabemos que la topografía del delito no ha cambiado. Una distracción del ojo alerta en la obscuridad pude ser fatal. Y en este cuidado, los noctámbulos también pueden aprovechar el beneficio, aunque para ciertos señores parezca una “Llapa”.

Recopilación por: Alejandro Glade R.


martes, 13 de octubre de 2015

Bajo la losa de Oloron


V.R.C.

          Hasta el cementerio de Oloron han llegado hombres y mujeres que en su juventud soñaron en las páginas de Pierre Loti. El viajero que naciera hace cien años continúa sus andanzas por lo desconocido  y,  sin duda, su pluma romántica todavía se alza combativa en contra del naturalismo, esa tendencia literaria que tuvo su marcha resonante desde Restif hasta Flaubert.

Bellos sueños brindó Loti en los libros que devoramos ansiosos cuando muchachos y que llevábamos al colegio entre los cuadernos y los textos de estudio. Fueron los días en que todo nos parecía suave y sentimental. Julián de Viaud fue nuestro amigo, el pariente viajero que llegaba no con regalos materiales de tierras extrañas, sino con el bagaje de poesía y de ensueño, hablándonos de mujeres hermosas, de hombres doloridos y paisajes sin par. ¿Y dónde no estuvo? Sus viajes fueron una realidad y todo lo vio con una  sensibilidad maravillosa.

A diferencia de otros novelistas que hacen escenarios de “composición”, postizos y falsos para sus personajes, este escritor francés del exotismo romántico vivió personalmente la exuberancia de los climas y la tristeza de los rincones olvidados de las ciudades lejanas. Nada hubo en él que no tuviera la marca de la autenticidad en medio de su imaginación de novelista. Cosa extraña, paradojal si se quiere, pero sus libros han quedado como recuerdos melancólicos de la peregrinación de un paisajista de la novela.

Oficial de marina, enamorado de los horizontes, jamás pasó por su mente traicionar su propio corazón. Ya de regreso para no levar más el ancla de su buque material, siguió en su cuarto de escritor rodeado de sus cosas queridas que le recordaban sus viajes u ahí escribió hasta el final de su jornada de romero del ensueño.

En el panteón de Oloron parece que volaran gaviotas fantasmales y palomas mensajeras.. Hasta allí llegan en figuras diáfanas, silenciosas y esquivas las mujeres románticas de sus libros que han viajado desde Turquía, Islandia, Japón, Tahití y otras islas de los Mares del Sur, para depositar la ofrenda de su mirada, esa mirada que Loti supo captar en cada mujer, con lente muy personal, en el misterio de las razas.

¿Para qué vamos a decir que el barco de Loti está anclado? Para nosotros, los que estamos atiborrados de inquietudes materiales y vulgares, ese barco entró al dique seco del tiempo, pero para la juventud, para el muchacho o la niña que recién se asoma a la vida, el navío de Julián de Viaud se hace a la mar con cada primavera y en las noches invernales sonreímos cuando a hurtadillas vemos bajo la almohada de esa juventud “Las Desencantada”. Y sin querer, volvemos la mirada hacia esos lejanos días en que la emoción nos llegaba como un efluvio al leer las páginas del inolvidable marino de Rochefort.

Recopilación de: Alejandro Glade R.






sábado, 10 de octubre de 2015

Niñita de Compañía

V.R.C.
         Esa tarde lluviosa ponía a los ánimos algo de tristeza. La pobre mujer caminaba con su hija hacia la casa de la dama que solicitaba mediante avisos en los diarios una “niñita de compañía”. Los pasos eran presurosos porque los empleos se arrebataban frente a la angustiosa situación económica. 

Llegaron y el timbre sonó para el Sésamo Ábrete. El dialogo fue breve:

-¿Es aquí donde se necesita una niñita de compañía?

-Si, pase usted.

-¿Puedo hablar con la señora que puso el aviso en el diario?

-Con ella habla.

-Vengo a ofrecer a mi hija para lo que usted desea.

_Si, está bien, me agrada la niñita…

Y la señora da una mirada casi médica a la pequeña solicitante, para luego invitar a la madre a que se sentara en el hall. La madre  había puesto a su hijita las galas mejores: el vestido dominguero, los  zapatos recién compuestos, el cabello aderezado con una cinta de color y las manos bien cuidadas. En los ojos claros de la niñita existía el candor de su edad, reflejándose la única idea que dominaba su mente, por lo que te había dicho su madre; “Tú vas a vivir en casa de una buena señora para jugar con la niñita de allí”.

La conversación siguió y se habló del objeto específico del aviso: una niñita de compañía para la pequeña de la casa, flor muy animada por ser única, consentida y rezongona. Su soledad se había juzgado perniciosa y, por ende, en un afán de eliminar ese peligro, se pensó en la “niñita de compañía”. Se combatiría el hastío y la soledad de la pequeña dueña de casa…

Los detalles del contrato fueron interesantes: Pago mensual, alojamiento en la casa, todas las atenciones a igual que la amita y salida una vez a la semana para ver a su madre. Pero en el convenio se incluyó una clausula dolorosa, que quizás en el anhelo de obtener el empleo la madre no reparó. Se trataba de que la niñita de compañía necesariamente tenía que perder en todos los juegos, en el “pillarse”, en el “luche”, en “el partido” etc.  Jamás podría ganar la niñita de compañía, porque la molestia para la pequeña dueña de casa podría ser perjudicial!...

Esto, mis lectores, ocurrió hace muchos años. Hoy la que fuera una “niñita de compañía” es una mujer hecha y derecha, con una psiquis que muestra las huellas de aquellos días lejanos cuando por la obligación de un convenio tenía que perder irremediablemente hasta  en lo más mínimo. Desarrolló un complejo que le hace perseguir el  triunfo. Es ahora una mujer que pone en todo un deseo loco de victoria y para ello ha entrado en la política. En éstos días de fiebre partidista se le puede ver en reuniones en la calle, en todas partes, discutiendo con el ansia de no perder en lo más mínimo. Le encontramos razón…Cuando fue niñita perdió tantas, pero tantas veces en los juegos por obligación. Está bien ahora que gane en el juego de la política, no por obligación, sino por convicción.


Recopilación por: Alejandro Glade R.





martes, 6 de octubre de 2015

Horror de Primavera


V.R.C.

        
Las fiestas primaverales están ad-portas y las reinas surgen al amparo del entusiasmo juvenil. Está bien que todos los años el espíritu renueve la alegría al igual que las hojas de los árboles. En esta ocasión pasada ya dijimos que triste espectáculo se dio con la división estudiantil, los orgullos, las intrigas y los afanes absurdos. La risa no admite división salvo en el caso de que fuera enfermiza, patológica, o producida por gases en una sociedad artificial de misántropos… La risa  siempre ha sido más espontánea  que el llanto.

Las muchachas que están actualmente en el trance de ser candidatas a reinas de primavera para grupos de barrio, fábricas, colegios clubes y profesiones forman todas la pulpa de un gran sentimiento de alegría que durante un año ha permanecido adormilado y que ahora, con la aparición de los colores vegetales, pugna por salir fuera de nuestra piel.

Nos hemos acercado a una de estas bellas jóvenes. Nos llamó mucho la atención el hecho de que pese a su gracia y a su  verdadera estampa de reina, se mostrara enemiga de figurar aun entre las precandidatas.

-Agradezco infinitamente la distinción que desean hacerme todos mis compañeros de trabajo y el público en general, pero no puedo… en el fondo de mi corazón no lo deseo… perdonen.

-¿Por qué tan extraño pensamiento?

-No hay nada de raro. Es algo natural, muy natural.

-Usted tiene todas las probabilidades de ganar en la elección, según nos han informado… Su mayoría sería tremenda.

-Sí, lo sé, pero hay algo en mi interior que me dice que no, hay algo que me da miedo.

-¿Qué?

-La experiencia, lo que he visto en pasadas ocasiones, el ambiente en que vivimos me horroriza…
-No le comprendemos… ¿Le ha ocurrido algo?

-A mi personalmente nada, pero les confesaré que me aterra ser candidata a reina de la primavera y pensar en mi retrato pegado en las paredes de las casas, en los postes de las calles y en los micros con deformidades hechas a lápiz, con bigotes de terrorista con motes obscenos y mil muestras más de incultura. No quiero que mi retrato permanezca después de meses y años a la vista del público con la aureola canallesca de la calle…

Ella terminó de hablar y callamos. Le encontramos toda la razón del mundo. Hubo en sus labios una sonrisa, una sonrisa que sólo las reinas pueden dibujar en el lienzo siempre renovado de la primavera.



Recopilación por: Alejandro Glade R.




sábado, 3 de octubre de 2015

Romance del Mar

Transatlántico "United States"  14 de Julio 1952
       Como barco de tarjeta postal, con las velas desplegadas en el piélago, el cuatro palos “Pamir” viaja rumbo a Sudamérica. Zarpó de Hamburgo hace algunos días cuando el transatlántico “United States” ganaba la “cinta azul” de la travesía del Gran Charco.

El contraste nos llama la atención: una nave moderna, veloz, con intrincado sistemas hidráulicos,
"Pamir" cruzando el Cabo de Hornos  1949
generadores, compresores, en fin, con materiales suministrados por ochocientas firmas industriales , y un buque a vela que se aventura en la inmensidad como en los antiguos tiempos a  merced de los vientos. ¿Cómo se revive la epopeya de los “windjammers”! Parece que se volviera  con el “Pamir” a las legendarias carreras de los veleros que acarreaban trigo entre Australia e Inglaterra, pasando por el Cabo de Hornos, o bien, a los prolongados cruceros de los bergantines que dieron renombre a capitanes, a puertos lejanos y a bellos libros.


Los nombres Joseph Conrad y de Alan Villiers surgen por mágica asociación con los veleros Villiers se quedó en su reciente libro “Mares del Monzón” de que el Océano Indico ya no tiene ningún buque a vela “bona fide”, en los vientos del comercio entre Bombay Y Ciudad del Cabo. Estos buques también han desaparecido de otros océanos por mandato del progreso. Es verdad que las modalidades de la vida en el mar han cambiado fundamentalmente. Las tripulaciones ya no poseen, como antes, el espíritu de aventura, y están sitiadas en todas partes por las necesidades económicas que les esperan en tierra. Y si existe aún ese espíritu, aparece  muy constreñido en viajes esporádicos como el que ahora realiza el “Pamir”. Aunque se zarpe con un rumbo determinado, los vientos a veces muestran sus caprichos. La taimada actitud de las corrientes y la parálisis atmosférica, son azares que cuentan mucho hoy en los cálculos económicos de un viaje. El viento es un combustible barato, pero las tripulaciones ganan salarios cada día que pasa.

"Pamir"
Es evidente que el romance está en esas maderas bien templadas de los cascos, maderas acariciadas suave y rabiosamente por el agua salada; en el lento chapotear del agua en la proa, el susurro del viento cálido en los cordajes y en las velas. Y contemplar aferrado a un obenque el planeo de albatros. Hay belleza en este aspecto de la vida del mar. Y al hablar de contrastes, nos resulta un poco “shocking” que los pájaros marinos huyan frente a las moles que devoran el millaje con gesto frenético. ¿Qué retrogrado suena esto último! Empero, sin poner vallas al progreso en la comodidad y el ahorro de tiempo, obsesiones lógicas de la época, el espíritu también se siente cómodo con la visión de las velas henchidas, y el tiempo, aunque se hace más largo en las tediosas travesías nos ahorra el nerviosismo de las velocidades.


Tal vez sea una chifladura pero ¿ha observado alguno de ustedes como grandes y chicos miran buques a vela que se presentan navegando en las tapas de las cajas de chocolates, que se exhiben en las ventanas? En esa contemplación muda se anida un deseo inequívoco de romance. Casi todos nos sentimos capitanes o cocineros de esos barcos que navegan junto a nuestra imaginación.

Recopilación por: Alejandro Glade R.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Cine, Pintura y Alcohol



        Un sujeto que es internado para un tratamiento de un mes sale a la calle nuevamente con la misma inclinación por la bebida. Ese mes sólo ha sido de “descanso”. ¿Y el estado de idiotez? Mucho se ha dicho también del alcoholismo de la gente pobre que apenas tiene una “mano de gato” de escuela.

Los métodos de tratamiento, cuando son biológicos, son iguales en el fondo para todos sin distinción, pero la curación por la vergüenza solamente puede alcanzarse en determinados tipos de individuos.

Es una lástima que en nuestro país el metro de película cinematográfica cueste un ojo de la cara. Este es un espléndido medio de curación, no tanto por ver a un artista interpretar las etapas de la embriaguez en los humanos, sino para filmar las escenas interpretadas inconscientemente por el paciente mismo. Actualmente en Estados Unidos, a ciertos sujetos que tienen educación, pero que la pierden poco a poco con el embrutecimiento del alcohol, se les aplica el método de la vergüenza. 

Cuando están beodos, provocando escenas chocantes y hasta obscenas, con tambaleos, mirada torva, boca deformada y salivosa, la máquina filmadora los enfoca y hasta recoge con sonido los movimientos y las palabras groseras con timbre feroz que puedan pronunciar al enfrentarse con otras personas que están normales y que intencionalmente tratan de enhebrar una conversación también normal. Esta cinta así obtenida se exhibe después al paciente en sus estados de lucidez, aunque sean fugaces. Los resultados de éste método de la vergüenza han sido felices en el 70% de los casos. Por supuesto, como dijimos, la educación del paciente es un factor importante. Se puede vencer la tiranía de las células que piden alcohol a gritos. La cooperación decidida del paciente para su propia cura surge por arte de milagro.

Otro método modernísimo para la cura de la embriaguez es el inventado por el pintor norteamericano Rodney Clarke, en quien no tuvo éxito la “cura por la vergüenza”; sin embargo, recurrió él mismo a 33 acuarelas que hasta el momento han causado una intensa discusión entre artistas, psiquiatras y psicólogos. Esos cuadros son impresiones fotográficas vívidas y brutales de los sueños alcohólicos. Al analizar las pinturas de estos sueños el artista se enfrentó con un problema que él mismo no podía resolver; el problema de la vida. Su vida era un fracaso, pues tenía que depender de otros. Y comprendió que debía asumir la responsabilidad y la valentía de afrontar él mismo la vida y responder a sus problemas.


Estos son tratamientos caros, pero habría que buscar aquí la vergüenza aunque fuera con fotografías instantáneas.  ¡Cuántos dramas familiares se ahondan cada día!



Recopilación por: Alejandro Glade R.






sábado, 26 de septiembre de 2015

Amor a los Sellos



           El amor a los sellos de correo es comprendido por pocas personas. El que el mundo de la filatelia exige un interés especial, cuya renovación constante hace que la devoción se agrande y llegue a ser absorbente.

En todos los rincones del mundo hay un motivo para ese amor. El sello de correo es perseguido o persigue. El coleccionista, niño o adulto, vive en una constante inquietud respecto de las nuevas emisiones, a los vacíos en su álbum y a la tentación del catálogo. Y cuando se descubre un caso de acromegalia o de actinomicosis en algún personaje del sello, por defectos de impresión, ya se sabe de antemano el alto valor de la anomalía o enfermedad…

La Asociación Filatélica Latinoamericana ofrece un cuadro digno de observarse. Funciona en nuestra capital como “un lazo de unión y confraternidad de los filatélicos de América latina y los coleccionistas del mundo”. Tiene de todo para el amante de los sellos de correo: club y bolsa de canjes, foro, mesa redonda, enciclopedia, expertizaje, concurso de precios y un servicio de novedades.

Los coleccionistas tienen disciplinas científicas y artísticas. Asistir al funcionamiento de la bolsa de canjes, que está abierta una vez por semana, es tocar un mundo casi desconocido. Es muy sabida la compra-venta de las estampillas y los remates de rigor, pero interesa desde el punto de vista humano el canje de sello por sello. Para esto los coleccionistas se reúnen y muestran sus stocks. Hombres y mujeres, niños y niñas se dedican al regateo y al examen. Se repiten en alta voz las cotizaciones Yvert en francos o se pronuncia la palabra “corruto” que significa “muy común” o de poco valor. El error de un sello, error legítimo, es muy preciado, como ser el “huemul con cola” que aparece en una estampilla de Chile de 1883. El grabador inglés, sin conocer este animal-emblema, no lo concibió sin cola…

Pero vamos al lado humano del canje. Intérpretes son un caballero de barba cana y un niño de catorce años. El caballero es nada menos que un Ministro de la Corte con toda su gravedad. Descendió de su pedestal de leyes para librar una batalla singular.

-¿Por cuales se interesa usted, niño? Preguntó grave el Ministro.

-Por esta emisión de 1940 y sólo por los valores de cinco y diez cents… Me falta en mi hoja de EE.UU.

-No, no, no, -respondió suplicante el Ministro ya menos grave. Esos son para mí, por favor…

Y esta frase la pronunció con voz temblorosa, como un ruego supremo y anhelante. El niño reafirmó su deseo como si se tratara de un diálogo entre niños de corta edad en disputa sobre un juguete con cuerda. El niño no soltaba los sellos. El Ministro miraba con ojos apenados los trocitos de papel, pero se resignó a ceder. Fue como una sentencia de condenado lo que cayó sobre él, pero con la esperanza de la conmutación de la pena, pues al cambiarse de mesa, el viejo sacerdote de Temis dijo con bondad:

-En fin, para otra vez será…

Y el niño sonriente y agradecido colocó los sellos elegidos en su libreta y se dirigió a otra mesa de canje…




Recopilación por: Alejandro Glade R.

Las joyas de Goethe

 Por: Victoriano Reyes Covarrubias. Victoriano Reyes C. Las joyas que regaló Goethe no fueron sólo como el anillo de Carlota Buff, la heroín...